
El futbolista argentino, ex jugador de Peñarol, Santiago Solari es columnista del blog español "El Charco" perteneciente al periódico "El País" del mismo país. El pasado 5 de junio escribió una columna que queremos compartir con todos ustedes. Muchas gracias por tus palabras Indiecito, si bien tu pasaje por el club fue sin pena ni gloria, te recordamos con cariño.
"Después de recorrer un estrecho camino de tierra, en las afueras de Montevideo, se entra en Los Aromos, histórico predio de entrenamiento de Peñarol. Lo primero que llama la atención es el león de piedra que preside la vieja explanada. Uno atraviesa la tranquera de entrada día tras día al llegar a entrenar y no puede dejar de mirarlo con curiosidad por su tamaño, más pequeño que un león real, y por su cuerpo y su cabellera pintados de amarillo y negro. Parece descansar allí desde hace muchos años, descascarado y un tanto fuera de escala, como un viejo rey sin corona.
Peñarol , declarado el mejor club sudamericano del siglo XX por la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol, disputó nada menos que nueve finales continentales y ganó cinco de ellas. 24 largos años tuvieron que pasar para que, el jueves pasado, tras un emocionante partido contra Vélez Sarsfield en Buenos Aires, se clasificara para la décima final de su historia.
Jugando a repetir la historia, en esta semifinal, en los banquillos de Vélez y Peñarol se sentaron Gareca y Aguirre, ambos protagonistas como futbolistas de la final del 87, cuando Gareca defendía los colores del América de Cali y Aguirre, en un final épico, clavó un zurdazo en los últimos segundos de la prórroga y se llevó a Uruguay una copa que parecía perdida.
La primer manga se disputó en Montevideo y la mitad del país vibraba en las tribunas del Estadio Centenario. Con la salida del equipo la hinchada carbonera incendió la noche de bengalas y de humo en el recibimiento más imponente que haya presenciado. Vélez, el equipo que hizo el fútbol más vistoso a lo largo del torneo, perdió 1-0 y el pulso contra el juego directo y la robustez de un equipo que organiza en cada partido un ejercicio de voluntad.
El emocionante partido de vuelta en Buenos Aires terminó 2-1 y clasificó a Peñarol por el gol de visitante. Tampoco aquí el talentoso equipo de Liniers logró imponer su volumen de juego y quedó nuevamente enredado en la telaraña que teje Peñarol en el mediocampo para luego contragolpear con contundencia. Pudieron definirlo los manya en varias ocasiones, pero también Vélez lo tuvo en su mano con un penal en los minutos finales que lo hubiera clasificado, pero que erró el delantero Silva, tras resbalarse justo antes de impactar la pelota.
Este Peñarol, que juega un fútbol típicamente uruguayo, fue mutando obligadamente su juego a medida que avanzó la competencia. La lesión de Pacheco en octavos de final le restó creatividad y volumen de juego pero le concedió mayor verticalidad. La lesión de Urretavizcaya obligó la entrada de Corujo. Un lateral en lugar de un volante. De esta forma, el equipo llegó a la recta final de la competencia, una instancia donde no recibir goles de local es quizás más importante que marcar, con un perfil más defensivo y más directo del que tenia previsto originalmente. A veces el destino decide por los entrenadores, y acierta.
No hay un solo gramo de frivolidad en esta formación. Un equipo atlético que, plenamente conciente de sus limitaciones, se dedica a arrastrar los partidos a un sitio donde pueda imponer sus virtudes. Desde su austera solidez defensiva logra, con un mediocampo muscular y ordenado y dos delanteros que ayudan tanto en la presión, cuando se requiere adelantar las líneas, como en la recuperación, cuando el balón los supera, llevar los partidos al terreno que mas le conviene: el físico.
Cuando recupera la pelota y el rival deja espacios, canaliza la salida rápida con Martinuccio. Si el adversario se ordena, con mínima elaboración pero con máxima agresividad, apunta el área contraria, donde casi siempre llega con dos, tres y hasta cuatro jugadores para rematar.
La final contra el Santos reedita aquella ganada por los brasileros en el año 1962, liderados por un joven Pelé. Es un premio para una gestión ordenada e inteligente, con directivos trabajando con gran compromiso por la institución. Un logro grandioso para estos jugadores que, con la orientación espiritual de Alonso, Pacheco y Rodriguez, un trío de chamanes capaces de transformar, en la mente del grupo, cualquier carencia estructural en un elemento de unión, han conseguido convertir las limitaciones en armas favorables.
Un equipo que recorre cada partido con una tenacidad incombustible. Que Juega con el empuje y la perseverancia del viento invernal que golpea la Rambla Armenia desde el Rio de la Plata. Que, pase lo que pase en la final, ya se colocó a la altura de su propia historia.
Las agrietadas paredes de Los Aromos transmiten hoy una ilusión que parecía aletargada. Joya, Rocha y Spencer sonríen ansiosos desde la imagen sepia de un cuadro en el comedor, esperando una revancha que ellos no tuvieron. El viejo león de la entrada se despereza. 24 años después, Peñarol está despierto. Un rey dispuesto a reclamar su corona".